
Continuamos con la entrega de libro James Potter y la Maldición del Guardián, esta vez le toca al capítulo número 17 (recordemos que siete capítulos se dieron para descargar en formato PDF hace unos días). Para leer el capítulo haz click en "Leer Mas"

Capítulo 17: "El Linaje"
La semana siguiente pareció pasar a toda prisa con la inercia de un tren de
mercancías. A medida que el final de curso se acercaba amenazador, la biblioteca se
llenaba más y más. Los estudiantes mayores se movían a través de una especie de
niebla apresurada, estudiando y practicando unos con otros temas que James apenas
podía entender. Incluso los Gremlins parecían tensos. Noah, Sabrina, Damien, y
Petra estaban sentados en el sofá frente al fuego, rodeados de pergaminos sueltos,
libros y envoltorios de caramelos.
—Eh, Damien —dijo—, gracias por lo del otro día en la oficina del director.
—Solo hacía mi trabajo —masculló Damien, con la nariz enterrada en un enorme
libro de gráficos de estrellas.
Mientras bajaba a la biblioteca, James repasó los acontecimientos de los días
anteriores. Todo se movía tan rápido que se estaba haciendo difícil seguir el rastro. El
lunes, James había informado a Scorpius que a él, Ralph y Rose se les había ordenado
cerrar el Club de Defensa como castigo por escaparse a Hogsmeade. Scorpius se
había mostrado extrañamente imperturbable.
—Una pena que no podáis seguir asistiendo —dijo despreocupadamente, mirando
por encima de sus gafas desde el libro que había estado estudiando.
—No creo que lo entiendas —dijo James, sentándose—. El club ha sido
desmantelado. Merlín lo ha ordenado.
Scorpius bajó la mirada a su libro de nuevo, pasando una página.
—Lo entiendo tan bien como deseo. Por lo que a mí concierne, a los tres os han
prohibido liderar el club. Como co-profesor, no tengo ninguna intención de cerrarlo.
Le cambiaremos el nombre si es necesario. Lo llamaremos, oh, el "Ejército de
Scorpius".
—Eso no tiene gracia —dijo James, sacudiendo la cabeza.
—¿No? —replicó Scorpius—. Vaya, y yo que estuve levantado toda la noche
pensando en ello. Qué imbécil.
James lo pensó durante un momento, y después preguntó quedamente.
—¿De verdad vas a seguir enseñando en el club? ¿Aunque Merlín crea que ha sido
cerrado?
—Desde luego no sé qué quieres decir —respondió Scorpius—. Si el director ha
determinado que el Club de Defensa debe disolverse, entonces se disolverá. Es pura
y simple coincidencia que yo, junto con el Espectro del Silencio y la Dama Gris, vaya
a enseñar en un club completamente nuevo que da la coincidencia de que se reúne en
el mismo lugar y momento para estudiar los mismos temas. Seguro que el director
reconocerá la diferencia.
James sacudió la cabeza, sonriendo torvamente.
—En realidad no caíste muy lejos del árbol Slytherin, ¿no? ¡Eres tan retorcido
como un sacacorchos!
—Ser retorcido es simplemente tener capacidad para pensar rodeando los escollos
—dijo Scorpius, volviendo a su libro—. Eso me lo enseñó mi padre.
James empezó a levantarse, luego se detuvo y volvió a mirar al chico pálido.
—¿De veras Cedrid te hace llamarle el "Espectro del Silencio"?
Scorpius se ajustó las gafas.
—¿Quién soy yo para discutir la elección de nombre de un fantasma?
Al parecer, Scorpius tenía palabra. El martes por la noche James, Rose y Ralph
rondaban por los pasillos cerca del gimnasio. Desde luego, cuando pasaron junto a
las puertas de cristal esmerilado, pudieron oír los sonidos del club, practicando y
ensayando bajo el paciente tutelaje de la Dama Gris.
Los preparativos para El Triunvirato también aceleraron el paso. Los utilleros de
Jason Smith estaban trabajando el doble de tiempo, teniendo que construir la
mayoría de los escenarios y elementos de atrezo, incluyendo una enorme máquina de
viento accionada a pedales. Gennifer Tellus comandaba fervorosamente su equipo de
vestuario, haciendo todos los ajustes, alteraciones y detalles de último minuto.
Josephina Bartlett se había recobrado de su maldición de vértigo lo suficiente como
para subir al escenario, aunque no podía aproximarse al borde sin marearse. No
obstante, un contingente de chicas Ravenclaw habían empezado una campaña
bastante irritante para reinstaurar a Josephina en el papel de Astra. A este efecto,
habían pintado un montón de carteles y colocado peticiones en varios tablones de
anuncios. Las peticiones no habían acumulado muchas firmas, sin embargo, y con la
excepción del cortejo de Josephine, incluso el resto de los Ravenclaws parecían
apoyar en silencio a Petra para el papel. Por su propia parte, James quedó
impresionado al comprender que se había aprendido casi todas sus frases. Hubo un
tiempo en el que lo hubiera considerado casi imposible, pero los persistentes ensayos
y lecturas nocturnas aparentemente habían funcionado. Noah y Petra parecían por
turnos cariñosos y fríos durante los ensayos, obviamente reflejando el tumultuoso
desarrollo de su relación. James todavía no había practicado su escena del beso con
Petra, aunque habían leído las frases una docena de veces. La profesora Curry
asumía que no habría necesidad de un beso real, sino que se inclinarían uno hacia el
otro y se tocarían mejilla con mejilla. Estarían a contraluz para la audiencia, y las
luces se apagarían en el momento del beso, terminando así el tercer acto. Para gran
desilusión de James, sin embargo, se veía obligado a obedecer las directrices de
Tabitha Corsica siempre que la profesora Curry no estaba alrededor. Esta parecía
sentir un perverso placer al obligar a James a recitar sus monólogos una y otra vez,
criticándole constantemente y ninguneándole delante de los demás actores y equipo.
Mientras James sudaba por el brillo de las luces del escenario, releyendo su discurso
por novena vez, su aversión a la hermosa y arrogante cara de Tabitha se intensificaba
hasta el punto de un brillante odio intenso.
La temporada de Quidditch había terminado finalmente con una aplastante
victoria de Hufflepuff contra Gryffindor, dando como resultado días de implacable
burla por parte de los Hufflepuffs y hoscas respuestas de los Gryffindors. Para
conmemorar la primera temporada de Albus como Buscador Slytherin, Tabitha al
parecer le había regalado la escoba con la que había volado toda la temporada, la
misma escoba misteriosamente maldita que había causado tantos problemas a James,
Ralph y Zane el curso pasado. James apenas podía creer que Tabitha hubiera
renunciado a la escoba, pero también sabía que el propósito de todo el asunto era
unir más a Albus con sus colegas Slytherins. Además, si Tabitha regalaba algo tan
poderoso como esa escoba, sólo podía ser porque tenía algo más poderoso aún en su
poder.
Y entonces, esa misma mañana, James recibió finalmente una respuesta por carta
de su padre. La leyó en el desayuno con Ralph y Rose pegados y asomándose sobre
su hombro.
Querido James,
Lamento lo tardío de la respuesta, pero he estado terriblemente ocupado con este nuevo
departamento de Aurores. Hemos llamado a Kingsley para que nos eche una mano con él, y ha
sido de gran ayuda organizando y preparando el equipo de campo con el que contará. Lo creas
o no, incluso K. Debellows ha ofrecido su ayuda. Resulta que los Harriers se enfrentaron una
vez a una colmena similar de Dementores en Hungría. Viktor tiene a su escuadrón preparado,
solo por si acaso, así que es un alivio.
Eso nos lleva al asunto de este Guardián. Nuestros investigadores en el Ministerio ya han
comenzado a reunir detalles. Tenemos al viejo Dung Fletcher en custodia preventiva, y él nos
ha comunicado por escrito que la gente que orquestó la conspiración del año pasado perseguía
algo grande como esto. Tenemos bastante confianza en que toda esta historia de "La Maldición
del Guardián" no sea más que un intento de asustar a la población. El E.P. todavía está
trabajando para desestabilizar en secreto el mundo mágico, ¿y qué mejor forma de hacerlo que
inventar una nueva y grave amenaza que el Ministerio no es capaz de contener, eh? No te
preocupes. Tenemos a los mejores en ello, incluyéndome a mí. Aún así, no vamos a
arriesgarnos, ¿verdad? Si realmente hay algo detrás de esto aparte de un montón de
Dementores rebeldes, lo averiguaremos.
En lo referente a la Piedra R, siempre puedes preguntarme todo lo que quieras, James. Di a
tu amigo Cameron que recuerdo bien a su tío y que tiene razón sobre la piedra. Después de
utilizarla en el Bosque aquella noche, la dejé caer. Ya no la necesitaba, y estaba mejor perdida
para siempre para el mundo mágico. Supongo que todavía está ahí fuera en alguna parte, pero
probablemente ni yo podría volver a encontrarla otra vez. Te recomiendo fervientemente que
no la busques. Solo traería problemas. Deja que siga perdida, ¿vale?
Con amor,
Tu padre
PS. No, todavía no hay ni rastro de los desaparecidos, pero honestamente, no he tenido
mucho tiempo para buscarlos. Mamá y la abuela envían saludos. La abuela se queda en la
habitación de Albus, así que no tienes nada de qué preocuparte. ¡Te veré en unas semanas!
James llegó a la oscura biblioteca y vagó a través de los pasillos y estanterías hasta
que encontró a Ralph y Rose, que estaban absortos en una profunda conversación.
Dejó caer su cartera sobre la mesa y se sentó junto a Rose.
—Hemos hablado con Zane hace un rato —anunció Ralph—. Apareció aquí
mismo en la biblioteca. Hizo que la profesora Herefore enrojeciera diez tonos de
rabia. Ella se negó a dejarnos lanzarle ningún hechizo para mantener su proyección,
pero pudo pasarnos un rápido mensaje.
James se inclinó hacia adelante.
—¿Cuál era?
—Al parecer fue a ver a Madame Delacroix en persona —dijo Rose en voz baja—.
Está bastante chiflada, pero le sacó alguna información útil sobre lo que podrían
hacer las personas equivocadas con tu muñeco vudú.
—¿Qué? —preguntó James ansiosamente—. ¡Cuenta!
—Exactamente esto —replicó Ralph, curvando la mano hasta que tomó la forma
de un cero.
—Más o menos —añadió Rose, mirando fijamente a Ralph—. Tu padre tenía
razón, James, cuando dijo que el vudú no funciona como en las películas de los
muggles. Al parecer es principalmente psicológico. Pinchar un muñeco vudú en el
corazón no mata al sujeto, pero puede hacer que se sienta triste o solitario.
—O que le de un ataque al corazón —dijo Ralph sarcásticamente.
Rose puso los ojos en blanco.
—La cuestión es que nadie puede hacerte daño físicamente con un muñeco vudú.
Puede hacer que creas que sientes dolor, o ciertas emociones, pero eso es todo.
James exhaló un enorme suspiro.
—Bueno, eso es un gran alivio, supongo.
—Aún así —preguntó Ralph—, ¿quién crees que podría tenerlo?
—Probablemente nadie —respondió James—. No estaba con la Capa o el Mapa.
Estaba simplemente en la mesilla de noche de mi madre. Probablemente solo se
perdió en casa, como dijo mi padre.
—¡Tal vez lo tenga Tabitha! —susurró Rose conspiradoramente—. ¡Tal vez no sabe
que no puede hacerte daño con él! ¡Probablemente se esté volviendo loca
preguntándose por qué no funciona!
James sacudió la cabeza.
—Eso es una idiotez, Rose. Tabitha no hubiera tenido forma de conseguirlo ni
siquiera si hubiera sabido que existía. Nunca hablé de él a nadie aparte de a vosotros
y Zane. Además, Tabitha no necesita un muñeco vudú para llegar a mí. Podría haber
peleado conmigo esa noche en el pasillo. Obviamente no tiene intención de atacarnos
con magia o algo así.
—Al menos aún no —masculló Ralph. De repente, un silbido bajo atravesó el aire.
No era particularmente ruidoso, pero lo suficiente como para perturbar a los que
estudiaban cerca. En la mesa de al lado, Ashley Doone levantó la mirada con
curiosidad, buscando la fuente del silbido.
—¿Qué es eso? —jadeó Rose—. ¡Ralph, creo que viene de tu mochila!
Ralph se volvió en el asiento, recuperando su mochila. Tan pronto como la abrió,
el ruido se hizo más alto.
—¡Es el Chivatoscopio de Trenton! —dijo Ralph, sacando el instrumento de su
mochila. El ruido se incrementaba en tono y volumen.
—¡Señor Deedle! —llamó estridentemente una voz. James se volvió y vio a la
profesora Heretofore aproximándose por el pasillo, con sus rasgos afilados
pellizcados en un ceño—. ¿Cuántas veces va a insistir en desestabilizar esta
biblioteca?
—Lo siento —dijo Ralph, todavía manoseando el Chivatoscopio—. Debe estar
estropeado. ¡No veo como apagarlo!
La profesora Heretofore sacudió la cabeza con desdén. Sacó su varita y la ondeó
hábilmente. El Chivatoscopio emitió un graznido repentino y se quedó en silencio.
—Ya está —dijo venenosamente—. Apagado. Ahora, por favor abandonen los tres
la biblioteca. Si los vuelvo a ver aquí durante lo que queda de día, serán deducidos
diez puntos a sus Casas, incluso si es usted miembro de mi casa, señor Deedle. Ahora
fuera.
—Estúpido pedazo de basura —masculló Ralph mientras se dirigían hacia la
puerta. Embutió el Chivatoscopio en su mochila y se la colgó al hombro.
—No estaba funcionando mal —dijo una voz. James levantó la mirada cuando
Scorpius se colocaba junto a ellos, saliendo de la biblioteca—. Hacía exactamente lo
que tenía que hacer.
—¿Conseguir que nos echaran de la biblioteca? —preguntó Ralph burlonamente.
Scorpius bajó la voz.
—No, Deedle. Alertarte de la presencia de gente que no es de confianza.
James frunció el ceño hacia Scorpius.
—¿Qué quieres decir?
—Aquí no —dijo Scorpius—. Seguidme. Os contaré lo que pueda por el camino.
Durante varios minutos, Scorpius condujo a James, Ralph y Rose a través de
corredores silenciosos. Finalmente, llegaron a la parte vieja del castillo que raramente
se utilizaba. Olía vagamente a moho. No se encontraron con nadie más en los
pasillos.
—Tengo entendido que tuviste una conversación muy reveladora con "Tabby" —
dijo finalmente Scorpius, mirando a James mientras caminaban.
—¿Cómo sabes eso?
—Oigo cosas —replicó Scorpius vagamente—. Tabitha de algún modo se ha
convencido de que soy un Slytherin disfrazado. Cree que os detesto a todos y que
por consiguiente estoy de su lado.
—También me tuviste engañado a mí durante un tiempo, ¿sabes? —admitió
James—. Mi cama todavía tiene grabado "ESTÚPIDO POTTER LLORICA".
—¿Adónde vamos, Scorpius? —preguntó Rose suspicaz—. Parece como si nos
dirigiéramos al mismo lugar donde encontramos el Espejo de Oesed.
Scorpius asintió con la cabeza.
—Ahí vamos, Weasley. No se te pasa ni una.
—Scorpius —dijo James, entrecerrando los ojos—, si no te conociera bien, diría que
estás nervioso.
Scorpius se detuvo de repente en el pasillo. Se giró de cara a los otros tres.
—Lo que voy a hacer, va en contra de mi buen juicio —dijo con voz baja y seria—.
Si mi abuelo supiera lo que estoy a punto de mostraros, probablemente me mataría, y
no es una exageración.
—¿Qué, Scorpius? —preguntó James, bajando su propia voz para igualar a la del
chico pálido—. ¿Sabes algo?
Scorpius apartó la mirada.
—¿Recuerdas cuando os dije que no había visto a mi abuelo en más de un año?
¿Que se escondía, incluso del resto de la familia?
James y Rose asintieron. James dijo.
—¿No es cierto? ¿No está escondido?
—Si, está escondido. Pero no es cierto que no le haya visto. Le he visto bastante.
Scorpius suspiró y miró a James, Ralph y Rose.
—Empezó el año pasado. Yo odiaba la forma en que mi padre estaba volviendo la
espalda a su educación. La razón de que empezara a estudiar a los fundadores fue
para averiguar la verdad sobre Salazar Slytherin. Él había sido criado creyendo que
Slytherin era un pensador revolucionario y un héroe, pero cuanto más estudiaba mi
padre, más empezaba a creer que Slytherin había sido simplemente un loco vicioso y
ávido de poder. Padre y el abuelo empezaron a tener peleas muy serias al respecto. A
mí me disgustaba que mi padre renegara de su herencia familiar. Una vez el abuelo
desheredó a mi padre y se mudó a una localización oculta, decidí unirme a él y
probar mi lealtad. Mi madre me ayudó a localizar al abuelo Lucius. Él se alegró
bastante de que le visitara en secreto. Me habló de sus planes. Si, sé lo del Guardián y
como llegó a descender sobre el mundo. Sé que mi abuelo cree que llevará a cabo la
solución final de Salazar Slytherin, dando a luz finalmente a un mundo de perfección
sangrepura. Pero cuando más escuchaba a mi abuelo, más comprendía que se había
vuelto completamente loco. Él y su socio, Gregor Tyrranicus. Gregor fue una vez de
la realeza mágica en Rumanía, pero perdió poder y le echaron a patadas de su propia
familia. Él y mi abuelo Lucius harán lo que sea para recuperar ese poder, y más aún.
Realmente pretenden controlar un nuevo reino de sangrepura con el Guardián como
su brazo fuerte.
—Así que realmente creen poder controlarlo —jadeó Rose—. ¡Están locos!
—Están locos, si —respondió Scorpius—. ¿Pero quién dice que no puedan
controlarlo? Si pueden hacerse con las dos mitades de la Piedra Faro, pueden de
hecho ser capaces de protegerse a sí mismos y a su reino del Guardián, aunque este
les odiará más aún por ello, y les destruirá rápidamente si se descuidan.
—¿Entonces qué quieres mostrarnos? —preguntó James, reafirmando la
mandíbula—. ¿Qué es lo que tu abuelo no quiere que sepamos?
Scorpius parecía estar luchando consigo mismo. Sus ojos estaban fijos en James,
sus labios apretados. Finalmente, el chico asintió ligeramente con la cabeza.
—Vamos —dijo, y se dio la vuelta rápidamente.
Caminaron un poco más hasta que llegaron a una enorme y pesada puerta.
Scopius sacó una llave de latón deslustrada y la giró en la cerradura.
—Mi padre me dio esta llave para que pudiera ayudarte a volver a través del
espejo, Potter —explicó Scorpius, empujando la pesada puerta—. No sé como llegó a
estar en su posesión, pero sospecho que tuvo algo que ver con una de las menos
conocidas tiendas de una oscura esquina del Callejón Knockturn. Aún así, dudo que
ni siquiera mi padre supiera a qué más me daría acceso esta llave.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Ralph mientras entraban de nuevo en el
incómodo almacén. El Espejo de Oesed mostraba sus reflejos en su polvorienta
superficie. Alrededor había cajas de madera, baúles y armarios cerrados con llave.
—No miréis demasiado atentamente en el Espejo —dijo Scorpius, pasando junto a
él y aproximándose a uno de los armarios—. Sin su Libro de Concentración, solo
mostrará distracciones. La verdadera sorpresa está aquí.
—¿Qué son todas estas cosas? —preguntó Rose, mirando lentamente alrededor—.
Creí que eran solo un montón de trastos viejos cuando estuvimos aquí por última
vez, pero eso fue antes de saber lo poderoso que era el Espejo y de donde provenía.
Nadie habría tirado eso sin más entre un montón de cajas viejas al azar.
Scorpius retorció un cerrojo suelto de uno de los armarios y abrió la puerta.
—Todo esto —dijo, volviéndose para mirar a Rose—, es el contenido de la oficina
de Albus Dumbledore mientras era director. Legó la mayor parte a su hermano,
Aberforth, pero cuando Aberforth murió, él lo volvió a legar a la escuela. Ha estado
almacenado aquí desde entonces, oculto incluso para el nuevo director. Nunca lo
habríamos encontrado si no hubiéramos utilizado la señal de Ravenclaw para
localizar el Espejo.
—Guau —suspiró James con respeto—. Apuesto a que a mi padre le encantaría
saber de este lugar. Él y Dumbledore estaban bastante unidos. ¡Mirad! ¿Es la percha
del fénix Fawkes? ¡Apuesto a que si!
—Estas cosas deben ser realmente valiosas —dijo Rose, cogiendo un pesado libro
de una mesa—. La mayoría de estos libros son únicos en su especie. Están impresos a
mano e ilustrados...
—Todo eso está muy bien —dijo Scorpius, haciéndose a un lado y gesticulando
hacia el armario abierto—. Pero es por esto por lo que os he traído aquí.
Ralph y James se asomaron al armario, confusos ante el despliegue de
herramientas polvorientas y antiguos artilugios. Un gran objeto con forma de cuenco
en el estante de arriba emitía un brillo pálido. Rose jadeó, con los ojos muy abiertos.
—¿Eso es el Pensadero? —susurró—. ¿El Pensadero de Dumbledore?
Scorpius asintió con la cabeza.
—Vine aquí una vez por mi cuenta, la noche antes del regreso de James. Me
escabullí del dormitorio y utilicé la señal de Ravenclaw para encontrar esta
habitación. Quería estar seguro de que realmente existía. Cuando la encontré, exploré
un poco y encontré el Pensadero. Contiene muchos de los recuerdos del director
Dumbledore, y de Severus Snape también, ya que aparentemente Snape lo guardaba
en la oficina del director y lo utilizó después de la muerte de Dumbledore. Sabía que
los recuerdos estarían bastante desvaídos y nebulosos ahora que Dumbledore y
Snape han muerto, pero había un juego de recuerdos por los que yo sentía una
particular curiosidad. El abuelo Lucius ya me había contado su lado de la historia,
pero yo quería ver si las versiones de Dumbledore y Snape eran diferentes. Lo eran...
un poco.
James bajó un poco la voz.
—¿Qué recuerdos, Scorpius?
Scorpius miró de nuevo a James a los ojos. No parpadeó mientras respondía.
—Sobre algo a lo que mi abuelo y Gregor llaman "el Linaje". Sobre quién es el
Linaje de Voldemort y como llegó a serlo.
Hubo un largo momento de perfecto silencio, y después, firmemente, James dijo:
—Quiero ver.
Scorpius asintió.
—Pensé que querrías. —Gesticuló hacia el cuenco que brillaba gentilmente.
—¿Cómo funciona? —preguntó Ralph, siguiendo reluctantemente a James y Rose
hacia delante—. ¿Es como, una película o algo? ¿Cómo sabe que recuerdo queremos
ver? ¿Duele?
—Cállate, Ralph —dijo James, no muy amablemente—. Coge mi mano. Tú
también, Rose. Creo que solo tenemos que mirar. Eso es todo.
Lenta y cuidadosamente, James, Rose y Ralph se inclinaron sobre el cuenco de
piedra. La superficie del líquido dentro del Pensadero se parecía incómodamente al
remolino de mercurio del Espejo Mágico de Merlín, excepto que este brillaba
bastante más. Iluminaba las caras de los tres estudiantes. Y entonces algo comenzó a
surgir de las profundidades del Pensadero. Parecía llegar de mucho más profundo
que la simple profundidad del cuenco. James contuvo el aliento mientras la luz se
intensificaba. El remolino se incrementó, haciéndose más grande mientras el líquido
del cuenco se alzaba. Llenó la visión de James y entonces, veloz e indoloramente,
pareció agarrarle. Al instante, James, Rose y Ralph cayeron en el Pensadero como si
este hubiera crecido hasta alcanzar el tamaño de una piscina. Los tragó entonces
completamente, y para bien o para mal, no hubo vuelta atrás. Eran parte de los
recuerdos descoloridos de Albus Dumbledore y Severus Snape.
Cada uno lo experimentó de forma única y separada. Cuando James aterrizó en
medio del primer recuerdo, ni Ralph ni Rose estaban a la vista. Como Scorpius había
dicho, los recuerdos estaban descoloridos y nebulosos; James se sentía como si
estuviera soñándolos en vez vivirlos. Mientras el mundo del recuerdo se
materializaba a su alrededor, se encontró de pie en la oficina del director, pero no
como la había conocido antes. Se ondeaba o movía, como una escena presenciada
bajo el agua. El fénix Fawkes se acicalaba sobre su percha, probando a James que
estaba viendo la habitación como había sido durante el período de Dumbledore
como director.
—Debemos estar preparados para tal eventualidad, Severus —estaba diciendo
Dumbledore, sin mirar a Snape, que estaba de pie junto a la ventana, mirando hacia
el cielo negro—. No se puede asumir que Voldemort sea demasiado orgulloso para
recurrir a semejante táctica. Si llega a temer que sus planes... y por tanto su vida...
están en peligro, debemos asumir que preparará a un sucesor de algún tipo.
—El Señor Tenebroso no hace preparaciones en caso de fracaso, director —dijo
Snape—. Su vanidad no admitirá la posibilidad de la derrota. El propio número de
Horrocruxes que ha preparado es prueba de su seguridad.
—Disiento —dijo Dumbledore, uniendo las yemas de los dedos mientras se
sentaba ante su escritorio.
James vio que una de las manos del director parecía bastante horriblemente
ennegrecida y enfermiza.
—Un Horrocrux sería suficiente para un villano confiado. La sustancial colección
de Voldemort prueba todo lo contrario. Vive con el terror a su muerte, creyendo que
nada excepto las medidas más extremas la prevendrán. Ese no es el comportamiento
de un hombre confiado en su inmortalidad. Si, con el tiempo, temiera que incluso su
colección le fallará, recurrirá a medidas incluso más desesperadas aun. Lo sabrás
cuando llegue el momento, y si llega, tu deber estará claro.
Snape se alejó de la ventana y se aproximó al escritorio.
—Me duele admitirlo, pero esta tarea es casi demasiado para mí, director. Usted
está mucho mejor preparado para ella que yo.
Dumbledore asintió lentamente y sonrió.
—No discutiré eso, Severus, pero ambos sabemos que es improbable que esté
todavía vivo cuando llegue el momento. La tarea recae sobre ti por defecto. No
obstante, confío bastante en tu habilidad para hacer lo que sea necesario. A pesar de
lo que crees de ti mismo, tienes cualidades bastante útiles para este tipo de trabajo...
Mientras Dumbledore decía esto, el recuerdo se disolvió lentamente. La habitación
cayó en la oscuridad y Snape y Dumbledore se disolvieron. Pareció pasar una
cantidad indeterminada de tiempo, y entonces James encontró que otro recuerdo se
solidificaba a su alrededor. Estaba en la sala de estar de una gran casa, aunque al
parecer la casa era bastante vieja y sus mejores días habían quedado atrás. Una gran
araña de luces yacía hecha trizas sobre el suelo como un cadáver. Trozos de cristal
roto se esparcían por todas partes, chispeando a la luz del fuego.
—Potter —dijo una voz alta y sedosa. James se giró para ver a una horrible figura
con capa de pie delante de la chimenea. Parecía un hombre, solo que no del todo.
Bajo la capucha, la cara era tan pálida que casi resultaba traslúcida. No había
ninguna nariz, salvo por un par de grotescas aberturas llameantes, y los ojos rojos
brillaban con finas pupilas verticales. Las rodillas de James se debilitaron de miedo
mientras la figura parecía mirarle fríamente, pero entonces ésta apartó la mirada,
mirando de reojo a una mujer acurrucada al final de un sofá cercano.
—Creí haber sido bastante claro —siguió la voz alta y fría, y James reconoció
ahora a la figura por quién era. Este era el propio Voldemort, en carne y hueso—. No
debía ser molestado por nada aparte de Harry Potter. Bellatrix me asegura que fui,
ciertamente, bastante específico sobre ese requerimiento. Y aun así es ella misma la
responsable de interrumpir mi trabajo sin que Harry Potter esté presente a mi
llegada.
Bellatrix sollozó y rodó fuera del sofá, lanzándose al suelo a los pies de Voldemort.
—¡Estaba aquí, mi señor! Te lo aseguro: era mi prisionero cuando te convoqué; de
otro modo, ¡nunca me habría atrevido! ¡Lucius y Narcissa pueden atestiguar el
hecho! Pero fuimos traicionados en el último minuto... —Bellatrix lanzó un brazo
hacia un hombre en el que James no había reparado aún. Estaba de pie entre las
sombras, con la cara mortalmente pálida y en blanco. Su cabello era largo y blanco.
—¡Díselo, Lucius! —imploró Bellatrix—. ¡Dí al Señor Tenebroso que teníamos a
Potter en nuestras garras! —Cuando el hombre no respondió, la cara de Bellatrix se
contorsionó con una rabia desesperada—. ¡Entonces quizás deberías contarle como
fuiste superado por el chico Potter! ¡Cuéntale, Lucius, como fuiste Aturdido
momentos después de que se lanzaran sobre nosotros! ¡Cuéntale!
—Severus —dijo Voldemort, ignorando los desvaríos de la mujer, que protestaba
sollozante—, esta desafortunada ocasión me ha presionado a considerar una opción
que esperaba no fuera necesaria.
James se giró y vio a Snape de pie delante de la puerta cerrada de la sala de estar.
Sabía que ni Snape ni Voldemort podían verle; aún así, se sentía muy incómodo allí
de pie entre ellos mientras hablaban. Se movió a la esquina opuesta a la figura de
Lucius Malfoy. Snape simplemente se quedó de pie y esperó, mirando sin
sobresaltarse a la horrible cara de serpiente.
—Os he convocado por la misma razón por la que he despedido a Narcissa,
Greyback, y al hijo de Lucius. Nadie más necesita conocer la tarea que os
encomiendo. El propio Lucius tendrá su papel en ella si escoge aceptarlo; tengo la
esperanza de que esté ansioso por probar su valía tras los recientes acontecimientos.
Pero tú, Severus, jugarás un papel muy importante en este acuerdo.
—Lo que desees, mi señor —dijo Snape llanamente.
Voldemort siguió, alejándose de la chimenea.
—Como sabes, Severus, he preparado Horrocruxes, creando una cadena
irrompible de inmortalidad durante mi ascendencia...
Mientras Voldemort cruzaba lentamente la habitación, la araña de luces se alzó
silenciosamente del suelo, dejándole pasar bajo ella. Trozos rotos de cristal se alzaron
con ella, girando y reluciendo en el aire como gotas de agua.
—Confío bastante en que esos Horrocruxes me servirán bien; sin embargo, en el
extremadamente improbable caso de que alguno de ellos fuera destruido…
—¡Nunca, mi Señor! —gritó Bellatrix, todavía servilmente agachada en el suelo—.
¡Eso es imposible!
—....he preparado un Horrocrux final —siguió Voldemort, ignorando
completamente el estallido de Bellatrix—. Es bastante especial. De hecho, confío en
que nunca antes se ha creado algo igual.
Cuando Voldemort alcanzó el centro de la habitación, se detuvo. Mientras la araña
de luces rota flotaba sobre él, metió la mano lentamente en su capa y sacó una daga
larga y estrecha. Era singularmente fea, hecha de plata y con un mango de
incrustaciones de joyas. La hoja estaba manchada de un tono oscuro, como si hubiera
sido frotada con hollín.
—Esta daga —siguió Voldemort, girándose lentamente hacia el fuego—, es
bastante especial para mí. Ha viajado largo tiempo conmigo y me ha servido en
muchas ocasiones. Puede que os interese saber que en una vez perteneció a mi padre.
La tomé como herencia de su mano muerta. Por tanto es bastante apropiado que esta
daga, Severus, sea el último y tal vez más importante de mis Horrocruxes. Te la
confío para que la guardes dentro de la protección de Hogwarts hasta que llegue el
momento de utilizarla.
—La protegeré con mi vida, mi señor —dijo Snape, inclinando la cabeza—. Me
siento honrado de que se me confíe una tarea que sólo prolongará tu larga vida.
—Un momento, Severus —dijo Voldemort, apartando la daga, como reluctante a
entregarla—. Este no es ese tipo de Horrocrux. Con esta reliquia, estoy pensando solo
en las generaciones futuras. Que no se diga nunca que tu señor no es magnánimo,
pues este Horrocrux no debe servirme a mí mismo. Como ya os he dicho, este
Horrocrux es especial. La parte de mi alma que contiene ha quedado separada de mí
para siempre. No puedo reclamarla. Además, si, en el notable e inimaginable caso de
que todos mis Horrocruces excepto este fueran destruidos, esta daga no aseguraría
mi supervivencia.
Bellatrix jadeó, pero sus ojos se mostraban enormes y ávidos mientras observaba a
Voldemort. Su mirada nunca abandonó la daga mientras ésta se movía y centelleaba
en la mano pálida.
—La parte de mi alma encerrada dentro de esta daga es un regalo, amigos míos.
Tiene que ser legada. Lucius, mi leal servidor, te he pedido que te quedes porque
conozco tu desesperado... y justificable... deseo de probarte ante mí. Será tu deber y
tu honor otorgar el regalo de la daga si llegara el día en que fuera necesario.
Por primera vez, la cara de Lucius Malfoy volvió a la vida. Parpadeó hacia
Voldemort, y después se tambaleó hacia delante, sin atreverse a tocar a su amo.
—¡Gracias, mi señor! ¡Es un honor! ¡No te fallaré!
—Sé que no lo harás, Lucius —dijo Voldemort llanamente, casi amablemente—.
Porque si, por alguna razón, perdieras la daga, ella te encontraría. La he unido a ti, y
a tu familia. En el caso de que algún acontecimiento desafortunado le sucediera al
director Snape, tú debes recuperar la daga. Ella te estará esperando. Y si llegara el
momento de utilizarla y no cumplieras cabalmente con tu papel, ella te buscará con
intenciones propias. Llegará hasta ti y tu familia. Confío en que lo entiendas.
—Si, mi señor —jadeó Lucius, asintiendo con la cabeza—. Llevaré a cabo cualquier
tarea que me confíes. ¡Lo juro, Amo!
Voldemort asintió lentamente.
—Entonces tu trabajo comienza este día, Lucius. Encuentra para mí un recipiente
apropiado. Encuentra una familia cuya sangre sea pura pero sus lealtades nunca
hayan sido cuestionables. Cuando llegue el momento, acude a la mujer de esa familia
que esté embarazada. Ella debe tomar la daga por voluntad propia, y con su propia
mano, utilizar la daga para trazar mi símbolo —la primera inicial de mi nombre—
sobre la hinchazón de su hijo nonato, dibujándola con su propia sangre. Deja que su
voluntad infunda la vida de la daga en la sangre de esa madre, llevándola al niño.
Así, esta reliquia de mi alma pasará. El niño llevará mi esencia, renovada y lista para
prestar servicio a otra generación. Este es tu deber y tu promesa ante mí, Lucius.
Júralo.
—¡Lo juro, mi señor! —jadeó Lucius, cayendo sobre una rodilla.
—¡Mi señor! —gritó Bellatrix sin aliento, gateando sobre las rodillas e implorando
con una mano—. ¡Elígeme! ¡Permíteme ser el recipiente de tu regalo para futuras
generaciones! ¡Criaré al chico a tu imagen y semejanza! ¡Estoy dispuesta! ¡Estoy
ansiosa!
—Si, mi leal Bellatrix —dijo Voldemort suavemente, sin girarse hacia ella. Trozos
de la araña de cristal flotante giraban en el aire entre ellos—. Pero tus lealtades son tu
cualidad más irrecusable para esta tarea. Nadie debe sospechar en qué vientre
renacerá mi alma. A pesar de tu gran deseo, esta tarea no puede recaer en ti.
Bellatrix sollozó.
—¿Entonces por qué me mantienes aquí, mi señor? —lloró desesperadamente—.
¿Por qué me retienes solo para ver como mi mayor deseo se escapa entre mis dedos?
Voldemort suspiró indulgentemente.
—Tu misma pregunta contiene la respuesta, querida Bellatrix. Pero intenta verlo
por el lado bueno: Había considerado matarte simplemente por permitir que Harry
Potter escapara de tus garras esta noche. En vez de eso, simplemente mato tu mayor
sueño.
—¡Noooo! —chilló Bellatrix, derrumbándose, y el pelo de James se erizó. Nunca
había oído un grito más desesperado y desesperanzado.
Voldemort se adelantó a zancadas, sonriendo como si el aullido de agonía de
Bellatrix fuera la más dulce de las músicas. Ofreció la daga a Snape. Cuando Snape
tomó la daga, la araña de luces suspendida cayó de nuevo. Se estrelló ruidosamente
contra el suelo detrás de Voldemort, estallando como una bomba y ahogando el
penoso aullido de Bellatrix Lestrange.
El recuerdo se rompió también.
Hubo un destello de humo arremolinado, y después una escena más se
materializó, nadando fuera de las nieblas como un sueño enfebrecido. En este
recuerdo, James vio a Severus Snape de nuevo. Se paseaba por la oficina del director,
que era su propia oficina en esos momentos.
—Parece que no lo entiendes, Albus —decía Snape, hablando aparentemente con
el retrato de Dumbledore en la pared de la oficina—. No será una petición. Slughorn
es el hombre responsable de la habilidad del Señor Tenebroso con los Horrocruxes en
primer lugar. Él los entiende mejor que yo. Debe al mundo una compensación por
semejante fallo.
—Ojalá fuera posible, Severus —replicó el retrato de Dumbledore—, pero no lo es.
Puedes destruir el Horrocrux, si, pero nadie puede simplemente incapacitarlo.
Además, me parece recordar que mis instrucciones fueron simplemente envenenar el
instrumento, asegurando que mate a la madre y al niño al que pretende infiltrar.
—No puedo destruir la daga mientras el Señor Tenebroso esté todavía vivo —
replicó Snape—. La ha atado a Lucius Malfoy, él sabrá que está en peligro, y mis
lealtades quedarán reveladas.
—Entonces haz lo que indiqué —insistió Dumbledore ardientemente—. Envenena
la hoja. Está dentro de tus capacidades. Hay un gran número de venenos
indetectables en esta misma habitación. Deja que el instrumento que carga con esa
alma oscura también cargue con su perdición.
—Puede que tú hubieras sido capaz de pasar por alto el asesinato de la mujer y su
hijo "por el bien común", Albus, pero me temo que a mí esa habilidad se me escapa.
El retrato replicó tristemente.
—Entonces eres un tonto, Severus. El fruto de este Horrocrux pesará sobre tu
cabeza, no sobre la de Horace Slughorn.
Snape exhaló lentamente, pensando. Finalmente, levantó la mirada.
—Tal vez no —dijo, como para sí mismo—. Tal vez haya otro modo.
—Estás equivocado, Severus —replicó Dumbledore—. Mi modo es el único
método responsable. De otra manera, el chico nacerá con la amenaza del propio
Voldemort latiendo en sus venas.
Snape sonrió lenta y fríamente.
—Tal vez no... —dijo de nuevo.
—Seguramente no dudas de que la daga transmitirá el remanente del alma de
Voldemort.
—No —dijo Snape, entrecerrando los ojos—. Pero quizás no se transmitirá a un
chico...
Dumbledore suspiró pacientemente.
—Este no es momento para conspiraciones, Severus.
—Sé indulgente conmigo —respondió Snape lentamente—. Simplemente estoy
especulando. El Señor Tenebroso cree que su alma pasará a un niño. Él, en su
corazón el más arrogante de los hombres, cree incuestionablemente en la
superioridad de su propio género. ¿Pero y si el juicio de Lucius fuera engañado? ¿Y
si las adivinaciones fueran nubladas? Y como resultado, ¿y si el Horrocrux final se
transmitiera a una niña?
—No hay prueba de que su alma no pueda dominar la personalidad de la niña.
Todavía estaría influenciada por su esencia vital.
—Su quintaesencia masculina —masculló Snape, apenas escuchando al retrato—
¿Pero cómo se equilibraría eso contra la inesperada polaridad de su propio corazón
femenino? ¿Cómo...?
El retrato interrumpió amablemente.
—Esto es una tontería especulativa, amigo mío. Te lo vuelvo a decir: envenena la
daga, o si no puedes, destrúyela cuando llegue el momento.
Snape levantó la mirada hacia el retrato, entrecerrando los ojos. Sacó la daga de su
túnica y la sostuvo entre sus manos. Centelleaba oscuramente, tan fea como la última
vez que James la había visto. Snape asintió con la cabeza.
—Si —estuvo de acuerdo—. Tienes razón, por supuesto, Albus. Cuando llegue el
momento. No puedo destruir el Horrocrux aún, hay demasiado en juego para poner
en tela de juicio mis lealtades. Entretanto, sin embargo, quizás experimente. Lucius
Malfoy está unido a la daga. Quizás pueda utilizar ese vínculo, pervertirlo, nublar su
mente en el caso de que esta cosa sobreviva. Si Lucius tiene éxito en utilizar la daga,
"accidentalmente" la utilizará sobre una niña nonata, frustrando así los deseos de su
amo. Tal vez, solo tal vez, eso será suficiente para mantener el equilibrio. De otro
modo, destruiré al Horrocrux yo mismo cuando llegue el momento adecuado.
—Perdóname, Severus —dijo Dumbledore, mirándole llanamente a los ojos—,
¿pero y si no vives tanto?
—Tengo más de una razón para permanecer vivo, Albus —respondió Snape,
deslizando la daga otra vez en el interior de su túnica—. Y como bien sabes, destruir
este misterioso objeto no es siquiera la más importante. Confía en mí, seré cuidadoso.
Con la última palabra de Snape -cuidadoso- el recuerdo ondeó y palideció. Un
remolino de humo plateado llenó la visión de James y este comprendió que estaba
inclinado sobre algo duro. Era incómodo, así que se echó hacia atrás. Cuando lo hizo,
alejó la cara del Pensadero de Dumbledore, desorientado y mareado. Ralph y Rose se
apartaron en el mismo momento. Se aferraron unos a otros, luchando por
permanecer erguidos.
—¿Lo visteis? —preguntó Scorpius. James parpadeó, recobrando el equilibro.
Scorpius estaba sentado sobre un baúl en la esquina del trastero, apoyado
lánguidamente contra la pared—. ¿Visteis la daga?
—Si —dijo James—. ¿Y tú, Rose? ¿Y Ralph? No os vi a ninguno allí.
Rose sacudió la cabeza con desmayo.
—Lo vi todo. Vi al director Dumbledore y al profesor Snape hablando de la
posibilidad de algún tipo de sucesor. Y entonces... le vi a él. El Que No Debe Ser
Nombrado. Era horrible.
—Yo no entendí mucho de lo que decía, pero creo que capté la esencia —dijo
Ralph, con la cara pálida—. Esos Horrocruxes se suponen que guardaban un trozo
del alma de Voldemort, así que incluso si le mataban, no moría en realidad, ¿no?
—Pero el último Horrocrux, el incrustado en la daga de su padre, era diferente —
asintió Rose—. No podía volver a reclamar esa parte. Tenía que ser pasada a un bebé,
llevando ese trozo de su alma a una nueva vida.
James frunció el ceño.
—¿Por qué alguien tan obsesionado con la inmortalidad malgasta un Horrocrux
con la vida de algún otro?
Ralph se encogió de hombros como si la respuesta fuera obvia.
—Todavía sería su vida, pero oculta. ¿Quién sospecharía? Mientras Voldemort
estuviera dentro de Voldemort, todos los magos buenos del mundo le perseguirían.
Sabía que al final unos pocos, como tu padre, James, nunca se detendrían hasta que el
último Horrocrux fuera destruido y cada retazo de Voldemort estuviera muerto.
Ocultar el último trocito de su alma en algún bebé anónimo fue algo genial. Quiero
decir, ya viste el aspecto de Voldemort. No es como si pudiera pasar desapercibido
entre una multitud, ¿no? Pero si era parte de un niño, ¿quién le buscaría allí? Es el
disfraz perfecto.
—Incluso así, él no sería ese niño —dijo Rose, arrugando la cara con disgusto—.
Ese pedazo de su alma tendría que competir con el alma entera de la persona en cuyo
interior estuviera.
—O trabajar junto a él —dijo Scorpius—. Si encontrara alguna debilidad en el alma
del anfitrión, podría explotarla, doblegarlo de algún modo a la voluntad de
Voldemort. Incluso un árbol puede doblegarse si es manipulado desde que es un
brote. Voldemort era muy paciente y astuto. Su esencia se tomaría su tiempo para
someter y imponer su voluntad a la nueva alma.
—¿Y qué pasó con la daga? —preguntó Rose, sentándose sobre una caja—.
Tenemos que asumir que el profesor Snape fue asesinado antes de tener oportunidad
de destruir el Horrocrux. ¿Pero tuvo éxito maldiciendo la daga para engañar a tu
abuelo?
—No según él —dijo Scorpius, sonriendo sombríamente—. Mi abuelo no sabe
nada de los recuerdos que contiene el Pensadero. Él cuenta la historia de un modo
completamente distinto, por supuesto...
Scorpius se lanzó a relatar el resto de la historia como la conocía.
Empezaba, explicó, con la muerte de Severus Snape a manos de Voldemort,
asesinado no porque el Señor Tenebroso sospechara de su lealtad dividida —el
propio Scorpius no lo sabía siquiera hasta que lo descubrió en los recuerdos
almacenados en el Pensadero— sino por la noción equivocada de que Snape debía
morir para que la Varita de Saúco, el instrumento mágico invencible, perteneciera
completamente a Voldemort. Snape no había esperado esto, y por tanto no había
destruido la daga Horrocrux. Sin embargo, había sido lo bastante astuto como para
ocultar la daga extremadamente bien y no revelar su localización a nadie. Poco
tiempo más tarde, después de que el propio Voldemor hubiera muerto y sus
mortífagos se hubieran dispersado, Lucius Malfoy fue tras la daga, intentando
frenéticamente cumplir con su deber para con su amo muerto. Se introdujo a
escondidas en la escuela poco después de que la batalla hubiera acabado, mientras
sus defensas todavía estaban muy debilitadas. Utilizó todas las artes de que disponía
para buscar la daga, pero incluso aunque sentía su presencia, fue totalmente incapaz
de encontrar su escondite. Se volvió loco de rabia y furia, por la creencia de que si
fallaba, el Señor Tenebroso llevaría a cabo su venganza incluso desde más allá de la
tumba.
Mientras todavía buscaba en la oficina del director Snape, la presencia de Lucius
en el castillo fue detectada. Huyó, camuflado y maldiciendo a todo y todos a su paso.
Mientras escapaba a través del Bosque Prohibido, sin embargo, sus sentidos
agudizados detectaron un objeto mágico poderoso perdido allí. No tenía tiempo de
buscar el objeto, pero estaba decidido a volver tan pronto como pudiera, convencido
de que por accidente había tropezado con el escondite de la daga.
Paso el tiempo, sin embargo, y Lucius fue incapaz de volver al Bosque. La mayoría
de sus compañeros mortífagos estaban ocultos o ya habían sido capturados y
apresados. Lucius cubrió su rastro excepcionalmente bien, pero vivía con el miedo
abyecto de estar siendo vigilado, de que en cualquier momento, sería encontrado y
apresado. Su esposa, Narcissa, le había abandonado poco después de la batalla, e
incluso su hijo, Draco, parecía poco deseoso de saber de él, así que Lucius siguió
escondido. Utilizó lo que quedaba de su dinero para comprar una casa solariega en
Cannery Row, protegiéndola con los mejores métodos de secretismo que conocía.
Allí, solo, comenzó a planear su retorno al castillo Hogwarts para recuperar la daga.
Desafortunadamente, con el paso del tiempo, Hogwarts había sido reconstruida y
fortificada. No había forma de que alguien como Lucius entrara en los terrenos sin
ser detectado. Necesitaba socios y necesitaba dinero. Pronto, encontró ambas cosas
en la persona de Gregor Tyrannicus, un refugiado suave pero lleno de odio,
expulsado de su propia familia real mágica en Rumanía. Gregor llegaba con una
pequeña fortuna en oro, proporcionada por su padre en un esfuerzo de asegurar que
se marchaba en silencio y no volvía nunca. Gregor quedó instantáneamente
embrujado por las historias de Lucios sobre sus tratos con el famoso Lord Tenebroso,
y comprometió cada onza de su tesoro en la búsqueda de la misteriosa daga. A
cambio, simplemente pedía su propia posición de poder una vez el previsto reino
purasangre fuera instaurado. Lucius aceptó graciosamente el apoyo de Gregor,
alimentando incluso la pasión obsesiva del hombre por coleccionar reliquias de la
vida del Señor Tenebroso.
Juntos, congregaron a un pequeño equipo de ladrones y asesinos, entrenándolos
para el asalto a muerte al castillo de Hogwarts. En realidad, Lucius no tenía intención
de acompañarlos en el asedio. Planeaba utilizar la distracción creada por este para
escabullirse solo hasta el Bosque Prohibido y buscar la daga oculta. A pesar del
entrenamiento, de hecho, Lucius esperaba que el equipo de asalto fuera capturado y
enviado a Azkaban. Francamente, mientras proporcionaran la pequeña distracción
que necesitaba, no le importaba. Sería solo un pequeño sacrificio en el progresivo
trabajo hacia el objetivo del caído Lord Tenebroso.
El asalto sin embargo nunca se realizó. Menos de una semana antes del planeado
viaje al castillo Hogwarts, Lucius estaba solo en la casa solariega de Cannery Row
cuando uno de los ladrones que había contratado para el equipo, un joven llamado
Malcom Baddock, salió de entre las sombras, con un cuchillo centelleando en la
mano. El hombre sonrió, ordenando a Lucius que entregara el oro que tenía oculto en
algún lugar de la casa.
—Dámelo y quizás solo te corte la lengua, viejo —había dicho Baddock.
Lucius simplemente había suspirado. Cerró el libro que había estado leyendo y,
casi perezosamente, sacó su varita. Le apuntó ociosamente, sin dirigirla realmente
hacia Baddock.
—¿Y qué te hace pensar, jovencito, que no acabarás muerto ahí mismo donde estás
de pie por obra de esta misma varita?
La sonrisa de Baddock se amplió ansiosamente.
—Porque este es mi cuchillo de la suerte, ves —dijo, mostrando la centelleante
hoja oscurecida—. No me ha fallado aún. Te habrá matado tres veces antes de que
golpees el suelo, viejo chiflado. Ninguna varita ha podido nunca contra él, y la tuya
no será distinta. ¡Ahora dame el oro!
Los ojos de Lucius se entrecerraron.
—Dime, amigo mío —dijo sedosamente—, ¿sabe tu cuchillo de la suerte cuándo
un mago va a hacer esto?
Con un movimiento hábil, Lucius dio un golpecito en el aire. Una fina línea roja
rasgó la garganta de Baddock y este se sobresaltó. La sangre comenzó a manar del
corte. Goteaba por su garganta y Baddock intentaba mirarla, frunciendo el ceño de
forma bastante cómida. Su cara se contorsionó de rabia y retrocedió, alzando el
cuchillo por su punta. Cuando abrió la boca para hablar, sin embargo, su cabeza cayó
tranquilamente hacia atrás de sus hombros, separándose pulcramente a lo largo de la
línea de sangre. Cayó al suelo como un leño.
Lucius ya estaba guardando su varita y preguntándose si contaría al resto del
equipo lo que había ocurrido con Baddock cuando algo se le clavó en el estómago.
Bajó la mirada con curiosidad y reparó en la empuñadura del cuchillo de Baddock
sobresaliendo de su túnica. Un momento después, oyó el golpe del cuerpo sin cabeza
del hombre al dar contra el suelo, muerto. Verdaderamente, era un cuchillo de la
suerte si Baddock había conseguido terminar el lanzamiento que había comenzado
mientras su cabeza todavía estaba marginalmente pegada.
Lucius extendió la mano hacia el cuchillo para extraerlo de su estómago. Dolía,
pero no era fatal, no para un mago como él. Se detuvo, sin embargo, antes de que sus
dedos tocaran la empuñadura. Sus ojos se abrieron lentamente mientras la miraba. El
trozo de empuñadura que podía ver sobresaliendo de los lentamente oscurecidos
pliegues de su túnica era bastante feo e incrustado de joyas. Lucius lo reconoció. Con
lentitud, cerró los dedos alrededor de la empuñadura de plata y sacó la hoja de sus
entrañas. Apenas lo sintió. Cayó de rodillas, sosteniendo en alto la daga, girándola, y
observando la luz del fuego jugar sobre su oscura y ensangrentada hoja. Empezó a
reír.
—Gracias, mi señor —gritó a través de sus risas—. ¡Incluso muerto, tus palabras
sostienen un anillo de verdad! ¡Tu Horrocrux final me ha encontrado! ¡Gracias! ¡No
te fallaré! ¡Tu tarea final será completada!
Lucius rió hasta quedarse ronco, solo recordando sanar la herida de su estómago
cuando notó la sangre empapando el frontal de su túnica y goteando en el suelo.
Habían pasado dos años desde la Batalla de Hogwarts, desde la inconcebible
muerte del Señor Tenebroso, pero Lucius finalmente era capaz de completar su tarea.
Habló a Gregor de la sorprendente aparición de la daga, y despidieron al resto del
equipo de asalto con una pequeña paga en oro, advirtiéndoles que si contaban a
alguien lo que sabían, experimentarían el mismo destino que había recaído sobre su
colega, Baddock.
Lucius había decidido hacía tiempo qué familia serviría de anfitrión para el
"regalo" del Señor Tenebroso. Eran purasangre, pero humildes y pobres. Lucius les
había estado espiando y había descubierto que una joven de la familia acababa de
quedarse embarazada. Su nombre era Lianna Agnellis y su marido había sido
recientemente apresado por el Ministerio, sospechoso de haber estado implicado a
bajo nivel con los mortífagos en los últimos días del reinado de terror de Voldemort.
Lucius conocía vagamente al hombre, cuyo nombre era Wilfred. Había sido de hecho
una herramienta de los mortífagos, aunque él mismo apenas lo sabía. El joven había
sido extremadamente simple e ingenuo, y el propio Lucius le había utilizado como
mensajero. Había sido Lucius quien anónimamente había informado al Ministerio de
las conexiones de Wilfred, sabiendo muy bien que el patético hombrecillo nunca
podría implicar a nadie por sus nombres; Lucius y sus cohortes habían sido muy
cuidadosos en eso. Wilfred fue interrogado por el Wizengamot y finalmente
apresado en Azkaban hasta el momento en que estuviera dispuesto a proporcionar
los nombres de sus supuestos cómplices.
Después del encarcelamiento de Wilfred, Lucius visitó a la joven, bastante
embarazada, en su diminuto apartamento. Se congració con ella, reclamando ser un
amigo preocupado y antiguo asociado de su marido encarcelado. Lianna le invió a
un té y se sentaron a su desvencijada mesa de cocina. Lucius explicó que tenía dinero
e influencias para ocuparse de la excarcelación de su marido si ella estaba dispuesta a
prestar un pequeño servicio en favor de los benefactores de su marido. Lianna estaba
desesperada: se lanzó sobre Lucius, sollozando y prometiendo que haría lo que fuera
por conseguir que Wilfred volviera a casa. Preguntó a Lucius que precisaba de ella, y
él se plantó, sugiriendo que se lo pensara dos veces antes de que se lo contara. Le
pidió que se tomara un momento para considerarlo mientras volvía a servir más té.
Mientras ella volvía al fogón, sollozando y limpiándose los ojos, Lucius se asomó
con atención a la taza vacía de la joven, examinando los trozos de hojas de té
esparcidos en el fondo. Tenía que asegurarse de que el hijo del útero de la mujer era
un niño; desde luego, Lucius era un mago lo bastante competente para asegurarse de
algo tan simple como eso. Miró atentamente, entrecerrando la mirada, pero por
alguna razón, las hojas de té se emborronaban antes sus ojos. Parpadeó, intentando
enfocar, concentrarse. En su túnica, la daga parecía vibrar. La sentía extenderse hacia
su mente, llamándole. Le estaba distrayendo. Últimamente, Lucius nunca iba a
ninguna parte sin la daga, pero ahora de repente deseó haberla dejado en la casa. Y
entonces, justo cuando Lianna estaba volviendo, colocando la taza de Lucius sobre la
mesa, el amasijo de hojas empapadas se aclaró. Lucius las miró fijamente, incluso
extendiendo el brazo hacia la taza de la mujer e inclinándola hacia la luz. Si, ahí
estaba. No había duda: el hijo de la barriga de la mujer era un niño. Las hojas lo
probaban. Lucius suspiró y sonrió con alivio. La daga en su túnica volvió a quedarse
inmóvil.
—¿Qué? —dijo Lianna nerviosamente, volviendo a sentarse—. ¿Qué ve en las
hojas? ¿Voy a recuperar a Wilfred?
Lucius la miró con gentileza brillando en sus ojos. Colocó su mano sobre la de ella,
reconfortantemente.
—Estarán juntos muy pronto —prometió—, si hace lo que pedimos. Puede hacerlo
hoy, esta misma tarde si quiere. Yo la ayudaré. Pero debe hacerlo sin vacilar y sin
preguntas. Puede que le sorprenda, incluso que le duela, pero solo un poco, y se
acabará en unos minutos. ¿Puede hacerlo, mi querida señora Argnellis?
Ella asintió, nerviosamente pero con gran resolución.
—Sabía que los jefes de Wilfred no eran gente muy agradable, y que las cosas que
le hacían hacer eran algunas veces horribles. Se lo dije entonces como se lo estoy
diciendo ahora, señor: no quiero saber nada de eso. Haré lo que quiera que haga,
pero no me haga saber más al respecto de lo que tenga que saber. Solo quiero de
vuelta a mi Wilfred, y después de eso, todos ustedes desaparecerán, si no le importa.
Lucius asintió comprensivamente, palmeándole la mano, pero Lianna no parecía
tener nada más que decir. La firme línea de su boca probó a Lucius que era una
mujer de mente simple que había decidido hacer casi cualquier cosa por recuperar a
su marido. Parecía presentir que sería bastante horrible, pero tenía una mirada en la
cara que Lucius conocía bien. Era la mirada que decía: Haré lo que haga falta, y nunca
volveré a hablar o pensar en esto. Nadie lo sabrá, y yo misma lo olvidaré. Ya lo estoy
olvidando. Mi mente está en blanco. Por favor, acabemos con esto.
Cuando Lucius estuvo bastante seguro de que la mirada de resolución se
solidificaba del todo en el rostro de Lianna, buscó lentamente en su túnica,
manteniendo su expresión de amable preocupación. Sacó una tela negra doblada y la
tendió sobre la mesa.
—Desenvuélvala, señora Agnellis —dijo quedamente—. Es para usted.
Ella extendió la mano y tocó la tela. La abrió y miró en blanco a la fea daga de
plata.
Lucius continuó sonriéndole.
—Solo dolerá un momento —dijo tranquilizador. Empezó a explicarle lo que debía
hacer.
—Eso es absolutamente horrible —dijo Rose, su voz temblaba—. ¡Tu abuelo es un
monstruo!
Scorpius no respondió. Apartó la mirada, mirando al polvoriento Espejo de Oesed.
Ralph frunció el ceño.
—¿Entonces como consiguió el tal Baddock la daga Horrocrux?
—Era un estudiante de séptimo en Hogwarts justo antes de la batalla —dijo
Scorpius—. Mi abuelo cree que de algún modo la daga permitió que Baddock la
encontrara, sabiendo que podría utilizarle para llegar a donde quería.
—Pobre estúpido —dijo Rose, suspirando.
—Pero si la daga estaba con Baddock —preguntó James-, ¿entonces cuál era el
objeto mágico que tu abuelo presintió en el Bosque Prohibido? —se detuvo de
repente cuando la respuesta llegó a él. Los ojos de Rose se desorbitaron cuando
también hizo la conexión.
—¡La Piedra de Resurección! —jadeó—. ¡Así es como la encontraron! ¡Tuvo la
suerte de acercarse a ella cuando sus sentidos estaban muy alerta! ¡Sintió la Piedra de
Resurección perdida y la confundió con la daga!
—Él también debe haberlo comprendido —asintió James gravemente—.
Probablemente no sabía qué era, pero después de que Baddock intentara atacarle,
supo que lo que había en el Bosque no podía haber sido la daga. Al final, se escabulló
hasta el Bosque para buscarla. ¡Maldita sea! ¡Seguramente se meó encima cuando
averiguó que era la mitad de Slytherin de la Piedra Faro!
Scorpius sacudió la cabeza.
—No sé nada de esa parte, pero si, tendría sentido.
—¿Entonces —preguntó James—, ese es el fin de la historia? ¿Esa pobre Lianna se
arañó la inicial de Voldemort en la barriga y dio a luz a un bebé con parte del alma
de Voldemort en su interior?
—Dio a luz al niño —replicó Scorpius, todavía evitando mirarle a los ojos—, pero
no lo crió. Estaba asqueada por lo que había hecho, y por supuesto, mi abuelo no
hizo nada por ver que su marido fuera liberado de Azkaban. No es que en realidad
hubiera podido hacerlo aunque hubiera querido. Todo habían sido mentiras.
Finalmente, cuando Wilfred no fue liberado, Lianna se convenció de que había hecho
algo terrible, y sin razón alguna. Se puso muy enferma y tuvieron que llevarla al
hospital St Mungo. Esa noche, murió dando a luz a su bebé.
Los labios de Ralph estaba presionados en una fina línea. Sacudió la cabeza y dijo:
—Es horrible. No necesito saber nada de esto.
Rose levantó la mirada, le brillaban los ojos.
—¿Qué pasó con el padre del bebé?
—Wilfred permaneció en Azkaban durante años. Sabía que su esposa había
muerto dando a luz a su hijo, pero nunca vio al bebé. Exigió que le dejaran salir para
poder criar a su hijo. Se volvió irracional y fue puesto en confinamiento en solitario.
Poco después, se le encontró muerto en su celda. Mi abuelo cree que fue lanzado al
pozo de los Dementores por alguno de los guardias.
—¿El pozo de los Dementores? —dijo Ralph, estremeciéndose.
Rose suspiró superficialmente.
—Los Dementores solían ser los guardias de Azkaban. Cuando se mostraron
indignos de confianza, la mayoría de ellos fueron rodeados y encarcelados allí
mismo, en una habitación virtualmente privada de luz en el sótano. Como los
Borleys, los Dementores son criaturas de sombra: sin luz que los contraste, están
indefensos. El pozo oscuro de Azkaban los aprisiona y debilita hasta quedar locos de
hambre. Si un humano fuera lanzado al pozo con ellos, esa sería una muerte
extremadamente horrible.
Ralph preguntó:
—¿Pero por qué los guardias lanzarían al pobre tipo al pozo?
—Venganza —dijo Scorpius simplemente—. Creían que se mantenía firme,
protegiendo a los peores mortífagos, los que aún no habían sido capturados. Habrán
visto a cantidad de gente asesinada por los mortifagos y no tendrían piedad de
alguien que creían estaba protegiendo a los responsables. Sin embargo no pudo
probarse nada.
—Así que el bebé era huérfano —dijo James quedamente—. Como mi padre.
Scorpius asintió.
—Para gran furia de mi abuelo, el bebé fue una niña. A estas fechas, no tiene ni
idea de que la maldición de Severus Snape nubló su juicio, trabajando a través de la
propia daga. Se niega a referirse a la niña como "ella", y la llama en vez de eso "el
Linaje" o incluso "eso". Simultáneamente la desprecia y está obsesionado con ella,
sabiendo que porta el último vestigio de su amo muerto. El bebé fue criado por los
padres de Lianna, que no son particularmente amorosos. Mi abuelo los ha espiado
con regularidad a través de los años. Los abuelos nunca han sido abiertamente
crueles, pero el abuelo cree que en secreto culpan a la niña de la muerte de su hija.
Rose sacudió la cabeza.
—Basta. No quiero oír nada más. Es demasiado bestial.
La cara de James se había ido endureciendo y mostrando cada vez más resuelta.
Miró a Scorpius.
—No —dijo—. Tienes algo más que decirnos. Ahora dinos la parte más
importante. Cuéntanos quién es el Linaje.
—Creía que lo habríais supuesto ya —respondió Scorpius—. Es la única chica
huérfana conocida actualmente en Hogwarts, aunque nunca habla de ello. Tiene el
cabello oscuro de su madre y la altura de su padre, pero todo lo demás, le viene de la
persistente influencia oscura de la daga Horrocrux, del último fragmento del alma de
Voldemort. Estaba justo a vuestro lado esta tarde, oculta tras un estante en la
biblioteca, escuchándoos a los tres. Fue su presencia la que disparó el Chivatoscopio
en la mochila de Ralph. Sabes quién digo. Dime su nombre porque yo no puedo
obligarme a pronunciarlo en voz alta. Mi abuelo me mataría, y probablemente
utilizaría esa estúpida daga para hacerlo.
James miró a Rose y Ralph, sopesando sus caras, y después miró a Scorpius.
—El Linaje de Voldemort es Tabitha Violetus Corsica —dijo firmemente—. De
algún modo, lo he sabido todo el tiempo.
—Entonces sabes algo más también —dijo Scorpius, suspirando y poniéndose en
pie.
—¿Qué? —dijo Ralph, mirando uno por uno a todos los ocupantes de la
habitación.
Rose respondió con calma.
—Sabemos quién es el Linaje, así que también sabemos quién será el anfitrión del
Guardián. Ambos son Tabitha.
James sacudió la cabeza lentamente.
—Lo único que no sabemos —dijo—, es cómo y cuándo va a ocurrir y qué
podemos hacer para detenerla.
0 Comments:
Post a Comment